En el corazón de San Vicente, donde los campos de caña de azúcar se balancean con el viento, una tradición centenaria sigue vigente: las moliendas. Pese al avance de la tecnología y la industrialización, estos espacios mantienen viva la esencia artesanal de la producción de dulces de atado, preservando el legado de generaciones.

Uno de los municipios más representativos en esta práctica es Apastepeque, que antes del conflicto armado (1980-1992) albergaba más de 50 moliendas. Hoy, aunque quedan pocas, la tradición sigue firme, e incluso se ha consolidado la “Ruta de las Moliendas”, permitiendo que locales y turistas conozcan de cerca el proceso artesanal de transformación de la caña en panela y otros productos derivados.

Dentro de esta ruta destaca la molienda Cantarrana, fundada hace más de 50 años por José Tulio Chacón Bonilla, un apasionado agricultor. Actualmente, la operación está en manos de su hijo, José Tulio Chacón Solórzano, docente de profesión, quien mantiene vivo el legado familiar junto a un equipo de 20 trabajadores.

Desde finales de diciembre hasta inicios de abril, la molienda cobra vida en largas jornadas que comienzan a las 4:00 a. m. Con el sonido del trapiche en marcha, la caña es triturada para extraer su jugo, que luego es hervido durante ocho horas en grandes peroles de metal hasta convertirse en miel espesa. El dulce aroma impregna el ambiente mientras la miel es vertida en moldes rústicos, algunos con más de 20 años de uso, formando las tradicionales lajas de panela.

El toque final lo da don Efraín Sánchez, de 67 años, quien lleva más de cinco décadas envolviendo las lajas en la tradicional tuza. Su historia se entrelaza con la de la molienda, pues aprendió el oficio de su padre, quien también trabajó con el fundador.

“Mi papá trabajaba con don Tulio envolviendo la panela. Yo, cuando le llevaba el almuerzo, me quedaba viendo cómo lo hacía hasta que un día me quedé a trabajar con él”, recuerda Efraín.

A pesar de que en la zona antes existían hasta 16 moliendas, hoy solo quedan tres, incluyendo Cantarrana. Sin embargo, el esfuerzo de sus trabajadores y la dedicación de la familia Chacón mantienen viva una tradición que sigue endulzando la vida de muchas generaciones.